Nuestro más fiel seguidor de la jornada sin duda que ha sido el viento del sur, enemigo de la bicicleta, solamente lo hemos podido esquivar entre el hayedo de la carretera de San Pedro del Romeral, y en algunas hondonadas de la ruta. También en la bajada del Puerto del Escudo que nos daba de cola y hace que la burra coja setenta por hora, una barbaridad que rompe nuestras medias de diez por hora.
Este peculiar valle se articula en torno a la carretera nacional Santander-Burgos, desde Entrambasmestas hasta el Puerto del Escudo. Hoy recorremos parte del territorio sur del valle, pero que sirve de muestra de lo que es el valle al completo.
El tramo hasta coronar el Puerto del Escudo es el eje del Valle, puerto temido por su pendiente y por la condiciones metereológicas adversas que le suelen acompañar, llámense nieblas, lluvia, heladas o fuertes nevadas. Aun así una vez acostumbrados a transitar por él para el que suscribe es un agradable paso , tanto para subir como para bajar.
Y fuera de lo que es la carretera principal, existen otras secundarias que nos adentran en zonas de gran valor paisajístico y de gran valor como productoras de buenos pastos para las vacas, ovejas, yeguas, cabras, y hasta algún burro vemos en el día de hoy.
Pequeños núcleos de población con parte de su diseminado caserío vacío, y cabañas y fincas que nos hablan de esta peculiar forma de vida de las gentes del lugar.
En las zonas más altas las cabañas aparecen aun más ralas y difícil ver alguna habitada, pero seguro que sirven como almacén de la hierba de la finca que las rodea y en la cuadra algún ganado pasará el invierno.
En la foto inferior aparece Resconorio en el fondo de la hoya y al fondo el Castro Valnera y El Picón del Fraile.
Hemos salido de Los Pandos, desde Casa Ramón, después de tomar un café y un espléndido sobao pasiego. Allí marca el GPS poco más de trescientos metros, hemos tenido que pedalear contra el sur hasta alcanzar los mil y pico entre el puerto de la Magdalena y el del Escudo, pasando por un descampado con vistas al pantano, donde aun son visibles las trincheras de la guerra y los agujeros causados por los bombardeos.
Seguro que se estaba más cómodo en casa, pero una vez más optamos por pasar el día al aire libre, y lo de aire, tiene hoy un doble sentido.
Nunca habíamos estado en Selviejo, hoy tenemos la oportunidad y así lo hacemos, junto a su modesta ermita y aprovechando el banco que servirá para alguna tertulia de los parroquianos, sacamos la comida y damos cuenta de la misma, disfrutando de buenas vistas a las empinadas fincas y al monte que trepa hacia el Mediajo Frío.
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