sábado, 26 de diciembre de 2009

¡NIEVA!

Nieva, detrás de los cristales, nieva y nieva... Plagiando un poco a Serrat, ésto es lo que ocurría cualquier tarde noche de invierno. A la mañana siguiente abrimos las contraventanas, rascamos del cristal el hielo que se forma con la condensación y nos llevamos una gran alegría, ¡ha caido una buena nevada! y no tendremos escuela en unos cuantos días. Continuará nevando al menos dos o tres días seguidos, la nieve subirá cincuenta o sesenta centímetros y en los neveros formados por el viento, puede alcanzar hasta un metro o metro y medio.


Es la primera gran neveda del invierno, los primeros días el ambiente es ameno, año de nieves, año de bienes, es el invierno, esto es normal, tenemos de todo en casa. Se atiende el ganado, se espala el corral con la pala bien untada de sebo para que no se pegue la nieve, se visita a los vecinos, jugamos a tirarnos pellas... por la noche una partida a la brisca de seis y todavía sobra gente.


Pero sigue helando y la nieve no ha bajado ni un centímetro, solamente nos visitan los gorriones, los tordos y alguna desaprensiva urraca, también las huellas del zorro que ha estado rondando el corral. Los hilos de la luz están muy helados y parten, nos quedamos sin energía eléctrica, ahora velas, el candil y sin tele.
Todavía no ha venido la espaladora, puede que mañana; ya no queda pan, nos juntamos tres o cuatro y subimos a Montejo a buscarlo, bajaremos también para los vecinos mayores; nos iremos turnando en la subida abriendo huella de uno en uno para no cansarnos, donde los huertos nos pasa la cintura. Compramos el pan y con lo que sobra unos arenques en la cantina.

Los mayores nos cuentan que esto no es nada que antes ¡si que nevaba! que hacían túneles para poder salir de casa, que iban a espalar la vía de la Robla para ganarse un jornal, que metían paja en las botas para no congelarse los pies. Recuerdan sobre todo los años cincuenta, durísimos inviernos en los que el pantano permanecía helado muchos días.

Y entre aventura y aventura por fin un día se oye a lo lejos el ruido de la espaladora, pero al llegar a las ánimas de Montejo no ha podido pasar, tendrá que volver mañana la de tubos. Detrás de ella enseguida viene el panadero y saldrá algún vecino con el coche a buscar medicinas hasta los diez km. que nos separan de la farmacia.

Las goteras caen de continuo, ha dejado de helar, vendrá rápido la desnieve, la tierra está borracha, el agua corre por todos los sitios. Nos enteramos que un Sr. de Allén del Hoyo se tropezó en el camino de vuelta de Montejo con un cable de alta tensión caído en el suelo y murió por ello. Las desgracias con la nieve se hacen más profundas, cobran mayor intensidad. Ahora en vez de año de nieves año de bienes se oye que la nieve es blanca pero muy negra. Volvemos a la escuela, ya teníamos ganas, en el autobús cantamos y nos reimos. No será la última nevada del invierno, al menos quedarán otras dos de este pelo.



Así que han pasado más de treinta años hasta que pisé por primera vez una estación de esquí, el lado lúdico de la nieve tardó en interiorizarse. De todas formas prefiero el paseo en solitario o con unos amigos en raquetas o esquís, pero un poco lejos del bullicio.

Mirando el viejo roble del sesteadero pienso en los setecientos (cien arriba, cien abajo) inviernos que ha vivido y viendo la base de su tronco creo que tampoco lo ha tenido fácil, sólo esas robustas raíces que se intuyen lo han tenido firmemente pegado a la tierra en que nació.




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