viernes, 25 de julio de 2014

LIÉBANA.PUEBLOS, PICOS, BOSQUES Y ERMITAS.

Uno de tantos recorridos que se pueden hacer por esta comarca. Desde Potes por el Valle Estrecho a Somaniezo, subimos a la ermita de La Luz, en la falda de Peña Sagra y bajamos por otra ermita, la de San Tirso, otra vez a Potes.
 Cada uno de los pueblos nos guarda alguna sorpresa, pequeños, escondidos entre los bosques o al amparo de alguna ladera, los antiguos habitantes levantaron por toda la comarca infinidad de poblaciones. No les faltaban frutales, castaños pequeños huertos y alguna cabra, oveja y vaca con las que subsistir. Para beber, vino o sidra.
 En Aniezo se conserva la pisa o batán, aparato movido por la fuerza del agua que compuesto de dos mazos servía para desengrasar y enfurtir las telas.
 La subida a la ermita transcurre, por suerte, a la sombra del hayal, y con buenas vistas a la montaña palentina y a los picos. Así vamos distrayendo el esfuerzo que supone salvar la fuerte pendiente del camino. 
 Aproximadamente en la cota de los 1300m nos encontramos con la ermita de La Luz, el nombre está bien traido, pues esa impresión nos dió a nosotros, la de haber visto la luz cuando llegamos, veníamos ciegos de cansancio, empujando nuestras bicis por la empinada pista.

 La ladera de Peña Sagra custodia en todo momento la ermita, separa esta comarca del valle de Polaciones y da de beber al manatial que surge en las proximidades de la ermita.
 La bajada, despacio, disfrutando de nuevo de las vistas a los Picos de Europa.
 No son los Alpes pero nada que envidiar.
 Seguimos bajando hasta los pueblos de Luriezo y Cahecho.
 En la ermita de San Tirso hacemos otra parada, y me pregunto por los variados motivos que existieron para poner estas ermitas y otras muchas en emplazamientos tan singulares. Leyendo por ahí encuentro el siguiente texto de J. Caro Baroja : "¿Será por puro resabio pagano, unido a oportunismo clerical, por lo que en fuentes situadas en lugares umbríos, altos que dominan una tierra, lugares que llaman la atención por su belleza o su carácter misterioso, hay una ermita o un santuario mayor? ¿O no será que la emoción que sentía el hombre antiguo, precristiano, ante aquellos lugares, era la misma que siente o ha sentido el cristiano hasta hace poco"?
 Y es que las vistas desde San Tirso quitan el hipo. La Morra de Lechugales se distingue en el centro del macizo.
Desde San Tirso, una vertiginosa bajada nos llevará hasta Ojedo, no desviamos la atención del camino o nos arriesgamos a recibir una morrada. Pero sí que paramos ante tres impresionantes castaños que nos tropezamos, el último conocido como La Narezona, de dimensiones como nunca vi en un árbol. 

1 comentario:

Severina dijo...

Sigo enganchada a estas rutas, aunque solo de leer vuestros esfuerzos ya me canso... ¡Enhorabuena y ánimo para seguir!