Un año más Santágueda la Ventiscona (5 febrero) no defrauda, haciendo honor a su fama nos trae una nevada de las buenas.
Y aprovechando dicha nevada nos calzamos los badajones y damos un matutino paseo para hacer ganas de comer. En casa de mi abuelo había unos parecidos a estos, quizás más ovalados, y de madera de tejo, recuerda mi padre.
Los nuestros son más modernos, pero la finalidad es la misma, caminar por la nieve sin hundirte demasiado.
La mañana amanece fría y cayendo aguanieve, no nos desanimamos, tiene su encanto.
Cruzaremos el robledal de La Mata que presenta un buen paquetón de nieve en el suelo además de la pegada a los troncos de los robles e indicando la dirección norte de la nevada.
Los acebos claudican ante el peso del blanco elemento.
Dejamos La Mata y salimos a Cuyuela, sus roquedos, morada de colmenares, nos sorprenden con su aspecto nevado.
Impresionante el panorama.
Los buitres se mantienen a la expectativa, acaso alguna carroña aparezca en la nevada.
LLegados a la cueva de La Brena toca reponer fuerzas, caminar por la nieve supone un esfuerzo extra.
El día no mejora, a veces aguanieve otras sólo agua, estamos deseando llegar a casa.
Una rápida visita al Roble del Sestiadero para comprobar que ni la edad ni el crudo invierno serán suficientes para doblegarlo.
Quizás esa prisa por llegar a casa tenga alguna relación con arrimarnos a la chapa, calentarnos pies y manos y meternos entre pecho y espalda unos callos con oreja y un par de huevos fritos recién puestos.
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