miércoles, 8 de julio de 2015

PEDALEANDO POR LA RIOJA.

Nada mejor que pasar dos días pedaleando entre viñedos para sacudirse un poco la espalda del largo invierno, parecido a como hacen los perros cuando salen de darse un chapuzón.
Si el año pasado fuimos por La Macha, éste nos decidimos por La Rioja, hay que hacer honor al nombre del club, Rueda la bota. Y no nos arrepentimos de la decisión.
La tarde del viernes nos dio para el viaje y para visitar la bodega de Viña Tondonia en Haro, y las jornadas del sábado y domingo para el suave pedaleo entre viñedos.
Siempre la vista sobre la cadena montañesa conocida como Sierra de Cantabria, culpable en gran parte de los sabrosos caldos que produce esta región, vamos recorriendo carreteras y caminos que unen los diversos pueblos riojanos.

San Vicente de la Sonsierra será uno de tantos, un puente medieval nos permitirá cruzar el Ebro, otro de los culpables de los buenos vinos.
Nos acercamos a la finca Dinastía Vivanco en Briones, ya conocíamos su museo del vino, seguimos pues el camino dirección Haro, Briñas, Labastida, Ábalos, Samaniego, Leza, Páganos y Laguardia.
En Laguardia aprieta la calor, será cuestión de parar a comer. El calor veraniego y el frío del invierno también tienen algo que ver con la producción de uva. Otros factores serán la altitud media de La Rioja sobre los seiscientos metros, y por supuesto las características especiales de sus suelos.
El resto lo ponen los labradores y bodegueros con su buen hacer, con los conocimientos que tradicionalmente han ido heredando y con algo aprendido de nuestros vecinos franceses. Impresiona la competencia arquitectónica entre las muchas bodegas que encontramos a nuestro paso.
Es más entretenido el pedaleo por estas tierras que por La Mancha, los viñedos son más pequeños, no guardan esas lineas rectas manchegas, cualquier pequeño rincón se aprovecha para poner unas viñas. Y el ondulante terreno le da una vistosidad de conjunto que dificilmente podremos olvidar.  Incluso el pedaleo, si bien es rompepiernas, también resulta más divertido y menos monótono.
Mereció la pena desviarse y subir los dos km hasta este maravillo emplazamiento y econtrarse este decorado formado por el dolmen y la encina, a lo lejos el campanario de El Villar, y al fondo el final de la Sierra.
Seguimos con nuestra ruta agotando el tiempo disponible, seguro que nos han faltado muchos lugares por los que pasar pero es cierto que por esta ocasión nos damos por satisfechos. Quizás debiéramos volver en la época de la vendimia, aunque suenan campanas de que así será, pero por La Ribera del Duero.