jueves, 28 de enero de 2010

MONAGUILLOS.


Fue sin duda mi primer empleo remunerado por cuenta ajena, fue también una primera toma de contacto con lo que en el futuro sería el jefe, el horario, el compañerismo, la responsabilidad y también el escaqueo, que para eso vivimos en el país de la picaresca. Me refiero a mi época como monaguillo, que pudo transcurrir desde los siete hasta los once años. No está mal. Hace poco estudiaba mi hijo pequeño las etapas de la vida: niñez, pubertad, adolescencia, madurez y vejez. Antes o eras niño o eras mayor y la barrera la rompías al dejar de ser monaguillo y al dejar de ponerte los pantalones cortos, hechos ambos que solían coincidir en el tiempo.

Qué duda cabe de la importancia que la iglesia y el cura han tenido en la vida de los pequeños pueblos.La misa del domingo representaba en primer lugar el aseo personal y cambio de muda y ropa de pequeños y mayores; el punto de encuentro de todo el pueblo, o su mayoría, a un acto en el que el principal protagonista es el cura pues el resto cada uno piensa en lo suyo, aunque mecánicamente se sigan los rezos y oraciones del oficiante. Y el tercer actor de esta celebración es el monaguillo, concentrado en su trabajo y observador del cura y de los feligreses.


Ya antes de misa estábamos alerta y uno de nosotros se subía a la pared de la raña de Demetrio para ver si bajaba el DYANE 6 de Don Claudio desde Montejo (decían que lo hacía en punto muerto para ahorrar combustible).

Previamente un mozo había torneado las campanas, ahora entrábamos con el cura a la sacristía y le íbamos entregando ordenadamente la ropa: ¡niño! el alba, el cíngulo, la casuya, ¿ de qué color Don Claudio ? la morada, que estamos en Cuaresma ( también la había roja, verde y blanca, esta última para los días que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Crhisti y La Ascensión) y por último la estola. Después se vertía el agua y el vino en las vinajeras y el cura preparaba el cáliz y las formas. ¡¡ Toca a entrar que ya es la hora!! escaleras arriba agarrado a la barandilla del campanario y mano al badajo de la campana pequeña.

Siempre las mismas plegarias, siempre las mismas mujeres llevando la voz cantante: que si "una espiga dorada por el sol..." o " qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor ..."

Nosotros atentos a buscar las vinajeras, a tocar el campanillo para ponerse de rodillas, a sujetar la patena debajo de la barbilla de los que comulgan, a pasar el cepillo entre los congregados cual recaudador de impuestos. Al finalizar, apagar las velas y ayudar al cura a desvestirse, proceso inverso: estola, casuya, cíngulo y alba al armario.
Especialmente duro para nuestros pocos años eran los entierros, a pie de sepultura junto al cura y los familiares más cercanos, entregando a éste el hisopo con el que bendecía hasta tres veces la tumba y el féretro del difunto.
Rara vez caía una propina, pero aun no existía cultura sindical, así que ajo y agua. Nos emplazaba Don Claudio para ayudarle por la tarde a pescar cangrejos en el arroyo de Sotarraña, nosotros a obedecer y a ver si caía alguno para llevar a casa.

En verano la cosa era más grave. Se acercaban al pueblo los escolapios allí nacidos y esparcidos por el mundo, el Padre Aurelio (fundador de colegios en Medellín), el Padre Ángel ( alto cargo en el Vaticano), y el padre Elias ( desde su colegio y parroquia en el Bronx newyorkino).
Con éstos caía algún recuerdo de Roma o de New York en forma de tarjetas, escapularios, medallitas o estampas del Papa de turno, también alguna moneda de cinco duros. Todo a costa de dos misas algunos días ( que posteriormente han sido prorrateadas).
Toda la comarca ha sido muy fecunda en sacerdotes, monjas, escolapios, nemesianos y demás familias; ellos tuvieron el privilegio de salir a estudiar, a cambio muchos renunciaron a testamentos, suertes o hijuelas, contribuyendo de esta forma a no hacer más minifundios los minifundios.
Algunos años más tarde, debido a lo que la iglesia llama crisis de vocaciones, sólo había misa uno de cada dos domingos, el otro tocaba subir a Montejo, tenía la ventaja de que allí no teníamos que ayudar a misa y encima había cantina donde gastar el duro que nos daban en casa, en un chicle, un palote y una de pipas Facundo. Como la crisis continuó y el cura cada vez tenía más parroquias, autorizaron a decir misa los sábados por la noche, pero nunca sería lo mismo.

Además de la misa, dos veces al año coincidiendo creo, con los meses de mayo y octubre había Rosario diario al atardecer, uno recitaba los misterios, oraciones y letanía y el resto contestaba. Alguna vez metíamos jorges (especie de abejorros inofensivos) que atrapábamos en la calle y que hacían mucho ruido al volar dentro de la iglesia. Tirón de orejas y cachete de algún viejo.
En el portal de la iglesia quedaban alineadas, debajo del tablón que servía de banco, las albarcas, esperando la salida de sus dueñas y dueños.
Ahora está la iglesia muy bonita, muy bien restaurada y adornada, pero la mayoría de los bancos están semivacíos. Me coloco al fondo y paso la ceremonia recordando las blancas cabezas sin boina de todos los que faltan : Miguel, Ramón, Joaquín, Germán, Primitivo, Demetrio, Casimiro, Aquilino, Paco... y los velos sobre las cabezas de Rosario, Consuelo, Presenta, la tía Sofía, Cisa, Maura, Abilia, Paulina, Modesta, Mónica, Isabel, Águeda, mi abuela, mi madre... y veo, sobre todo, el sitio ahora vacío que ocupábamos Juan Carlos y yo, uno a cada lado del Altar, ejerciendo ese nuestro primer trabajo remunerado que fue el de MONAGUILLOS.









1 comentario:

luis dijo...

¡Qué tiempos aquellos!¡Que frío pasé en esas iglesias de dura piedra!¡Qué miedo a meter la pata y ganarte un bofetón! No lo podías haber descrito mejor compi.